Por: Paloma Mora/ Pland.com.mx
Llegó por fin el día, el estreno de la esperada Abel (Diego Luna, 2010). El Teatro Aguascalientes, convertido en incómoda sala de cine estaba a reventar; sea por la admiración que Diego Luna levanta entre groupies pseudointelectuales, por las notas que semana a semana aparecían en los diarios mencionando irregularidades en el préstamo de fondos del gobierno del estado o por ver la ciudad de Aguascalientes proyectada en la pantalla, aquello era la mar de gente.
Nadie sabía cómo vestirse, algunos iban de alternativos, otros de gala con lentejuela y cauda, nosotros de jeans. Algunos funcionarios públicos anunciaban su alegría luciendo elegante traje o vestido caro de coctel esperando al staff de la película. La gente que no fue invitada y tuvo que comprar su boleto era la más confundida, sobre todo por una alfombra roja que ningún famoso recorrería. Aún así todos la transitamos sintiendo las miradas de gente más emperifollada que uno.
Tras un obligado retraso de las estrellas, vimos por fin al director, productor, co-guionista, los actorcitos y al director del Instituto Cultural de Aguascalientes. Todos muy contentos y nerviosos por la llegada de Abel ante el público. Palabras más, palabras menos todos agradecieron el apoyo de todos y nos invitaron a disfrutar.
Close-up al caracol, a los jitomates y al niño protagonista entrelazados con algunos créditos y con una música lenta e infantil. Los primeros 25 minutos pasan lentos, aburridos, sobe todo porque desde los cinco minutos ya entendíamos que Abel tiene un problema mental (no sabemos si neurológico o psicológico, y no se gaste, nunca nos lo aclaran). No voy a contar la historia, pero el planteamiento es sencillo, una familia que vive una doble problemática: la ausencia del padre y un niño que tiene delirios, ataques epilépticos, neurosis o depresión.
Después de estos minutos la cosa se pone divertida, diálogos chistosos entre los familiares, una interacción conmovedora entre los dos niños que son hermanos y hacen de hermanos, gags y referencias muy hidrocálidas exprimen las risas del público (me incluyo). Son tan divertidas que pasamos por alto que la película ya se perdió, la dicción de todos los actores se descompone, aparece de manera innecesaria el padre que en nada vuelca la trama, nos involucramos con la historia entre la hermana y un novio sin importancia y se modifica de manera tramposa el tono sobre la afectación mental de Abel, ahora es un chiste.
Y así, como todo llega débilmente, se va débilmente. Entonces me doy cuenta de que la intención no fue profundizar en un conflicto, sino verlo por encima, para que no suframos tanto por realidades tan feas. Si es así, ¿para qué tratar dos temas tan serios, además de inconexos, en una película para entretener? Se nota entonces que es el primer ejercicio del incipiente director de cine, pues más que una falla se trata de una exploración cinematográfica.
Pero no crea que pienso que sea una película mala, que tampoco buena, yo recomendaría verla para conocer el lenguaje que Luna empieza a desarrollar en el cine, para tomarlo en serio dentro de su nueva profesión. Y es que hay algunas escenas de la película realmente bien logradas, además de que agradecemos que la ambientación plasme Aguascalientes como una ciudad moderna como cualquier otra del mundo y no como una curiosidad de provincia.
El final llega, la reacción en algunos es de lágrimas, en la mayoría de pasmo y en otros, créame, risa. Aplausos del público, sobre todo cuando se ve en los créditos “Agradecemos a la población de la ciudad de Aguascalientes, bla, bla, bla” Después las felicitaciones, la entrega de cincuenta mil pesos al Hogar de la niña y un brindis con mariachi. Me di tiempo de pasear por el lobby del teatro para escuchar las opiniones, en general todos opinan que estuvo de bien a excelente. Pero fueron pocos los minutos que tuvimos para conversar, pues tanto Secretarios como artistas se fueron a una fiesta privada sin convivir mucho con los espectadores. Así que salimos del teatro después de tomar la media copa de vino blanco que sirvieron, veía las luces gigantes que se contrataron para iluminar el cielo mientras la música de los mariachis iban alejándose. Yo sólo puedo decir que estoy satisfecha con el producto, finalmente siempre prefiero que se gaste el dinero en arte que en puentes.
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